Memoria histórica - Una operación de comando: Así cayo Miller Perdomo
Vladimir González Obregón, alias "Miller Perdomo" era uno de los nueve hijos de una familia comunista de Montañita (Caquetá). Había ingresado a las Farc en octubre de 1982, cuando fue reclutado en la inspección de Remolinos del Caguán, e inmediatamente fue enviado al frente 14, entonces al mando del desconocido El Mono Jojoy. Allí se gano la confianza del cabecilla guerrillero y fue nombrado jefe de escuadra. Como tal participo en el ataque que mato a 26 soldados el 16 de junio de 1987, en la Lusitana sobre la quebrada Riecito (Puerto Rico, Caqueta).
A principios de la década de los noventa fue nombrado jefe del frente 51 Jaime Pardo Leal, grupo al que se le asignó la responsabilidad de operar en Cundinamarca. Allí se tomo una decena de poblaciones, mato a un centenar de civiles y militares y dio origen a la practica nefasta de las "pescas milagrosas". En febrero de 1997, participo en el ataque contra una compañía contraguerrilla en San Juanito (Meta), que termino con el asesinato de 17 soldados.
Su caída
Todo comenzó luego de la pesca milagrosa que lideró el jefe guerrillero en la vía Bogotá-Villavicencio, donde secuestró el 23 de marzo de 1998 a 32 colombianos y a 5 extranjeros.
Al enterarse de la identidad del autor del ilícito, lo primero que hicieron los hombres de inteligencia de la Brigada XIII fue desempolvar toda la información clasificada que tenían de este hombre.
Para seguir su rastro, el comandante de la Brigada, general Arcesio Barrero, creó un comando elite de 40 soldados de contraguerrilla, expertos en penetración de estructuras. Cada integrante memorizó la fotografía y el expediente del líder subversivo.
Se sabia que el cabecilla guerrillero se hacía presente con sus guardaespaldas en cualquier fiesta o verbena popular en Nazaret, San Juan, Fusa o Cabrera, área de influencia del frente 51.
Pero la mayor dificultad que debía sortear el Ejército consistía en realizar averiguaciones en la zona del Sumapaz, ya que Miller Perdomo contaba con una red de comunicación radial y humana a lo largo y ancho de esta provincia. Cualquier extraño que pasara por las carreteras era reportado por los habitantes que contaban con radios y una cadena de informantes.
Luego de evaluaciones técnicas y logísticas, el comandante del grupo concluyó que era indispensable penetrar la organización, es decir obtener la colaboración de miembros del grupo guerrillero, ya que infiltrarlo con personal del Ejército era casi que imposible y resultaba suicida.
Con más de 50 millones de pesos de recompensa se ganaron la confianza de cuatro guerrilleros muy cercanos al subversivo. Así supieron que Miller Perdomo quería comprar los arsenales que estuviesen disponibles en el mercado negro. En especial, buscaba una ametralladora punto 50 para satisfacer un encargo que le hizo El Mono Jojoy.
A mediados del pasado mes de enero de 1999, la operación avanzó. Miller Perdomo recibió del colaborador del Ejército la ametralladora para el Mono Jojoy. El infiltrado, tal como se había planeado, le dijo que estaba en capacidad de conseguir un buen arsenal.
A principios de febrero, en una cantina de San Juan, Miller Perdomo le dijo, a quien creía su subalterno, que no se hablara más, que a ese mismo sitio le llevara el arsenal prometido, que él mismo bajaría al pueblo a recibirlo. Acordaron que las armas serían entregadas el 12 de marzo, entre las 7:00 y las 9:00 de la mañana. Esa información no tardó en llegar a oídos del comandante del cuerpo elite.
Pero además de estos datos, el infiltrado suministró un detalle que resultó vital para la operación: cada vez que Miller Perdomo iba al pueblo hacía dos o tres llamadas por su celular. Para comunicarse, el guerrillero tenía que desplazarse hasta la cancha de fútbol. Desde allí reportaba sus acciones al Mono Jojoy.
La noche del 11 de marzo de 1999, los hombres de contraguerrilla se camuflaron en un vehículo carpado. Salieron de Bogotá, tomaron la vía a Usme y se emboscaron en el fortín de las Farc en Cundinamarca. De la mano de un baquiano, recorrieron dos horas de montaña. Treinta soldados del grupo se quedaron a unos tres kilómetros del pueblo. Los otros 10 continuaron su marcha hasta quedar apostados cerca a la cancha de fútbol de San Juan.
Eran las 4:00 de la mañana.
Entre tanto, otras unidades militares crearon un cordón de seguridad para preservar la integridad de los hombres que tenían la misión de capturar vivo o muerto a Miller Perdomo .
A las 9:30 de la mañana, el subversivo llegó hasta la cancha en compañía de tres guerrilleros. Allí sacó su celular para hacer la llamada.
Cuando estaba marcando, los 10 soldados salieron de entre la maleza y activaron sus armas. Miller Perdomo intentó tomar su fusil, pero era tarde.
Cayó en la operación; su teléfono quedó al lado del cadáver.
HONOR Y GLORIA, "FE EN MÍ CAUSA"
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